domingo, mayo 02, 2010

LA MUERTE DE SÓCRATES


LA MUERTE DE SÓCRATES (Parte I)

Por Ramón Pérez Poza

Por el siglo XI antes de J. C. ya se habían dado las grandes civilizaciones de Babilonia y Egipto ...

Grecia es muy bonita, pero más bella es su cultura. Allí nació la ciencia y la filosofía (en Jonia) y, cuando en mi juventud, descubrí a Platón creí haber encontrado el paraíso de la razón; leí todos sus "Diálogos", uno tras otro con una pasión difícil de imaginar.

La acrópolis de Atenas -bajo el azul de su cielo- con las ruinas del Partenón, magnifica el pasado de la ciudad que, ubicada en el golfo de Egina, fue a lo largo de varios siglos patria de la filosofía y la ciencia, representante del mundo helénico.

La Grecia clásica, denominada Hélade por sus antiguos habitantes, comprendía además del territorio de la nación actual, también otras regiones cercanas al Mediterráneo oriental -con sus aguas de color turquesa- de manera que se podía dividir en tres grandes zonas: la Grecia continental europea, las islas del mar Egeo y la costa de la península de Anatolia, perteneciente a Turquía hoy día.


No sé si la arena, las rocas y las casas eran blancas como ahora, pero, sin duda, tendría un paisaje de una gran belleza natural, plagado de montañas y colinas escarpadas.


"Canta, ¡oh diosa!, la cólera del Pelida Aquiles: cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves (cumplíase la voluntad de Zeus) desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles."

(Comienzo de la Ilíada de Homero)


Bajo la cólera de Aquiles -hijo de Peleo (rey de los mirmidones) y la diosa Tetis- que precipitó al Infierno muchas almas en su disputa con Agamenón, hermano de Menelao e hijos de Atreo; nació Sócrates en el año 469 antes de Cristo en el barrio (demo) de Alopece, un suburbio a media hora de camino de Atenas, en las faldas del Licabeto. Era hijo de Sofronisco, un escultor y de Fenarete, una comadrona; familia de burguesía media -que diríamos hoy-, perteneciente a la clase de los "zeugitas" (constituían la tercera y última, en orden de importancia entre las clases de Atenas que contaban para algo). No escribió ninguna obra (¿sabría?). Características de su forma de entender y practicar el diálogo son la ironía y la mayéutica (arte de hacer preguntas de modo que fuera el interlocutor quien acabase sacando de sí mismo las formulaciones correctas sobre el tema en cuestión). Fue un personaje inmerso en el ambiente filosófico y cultural de los sofistas, a los que combatió enérgicamente.


En el siglo V a. C., desde las colonias griegas de Asia Menor (Mileto, Éfeso, Clazómenas, Samos, etc.) se trasladó el escenario de la filosofía a la polis (Ciudad-Estado) (1) de Atenas.
Al principio la polis asimila la forma de gobierno monárquica, cuyo soberano tiene un poder ilimitado que ha recibido de Zeus.


Notas de Morozevich:

(1) Cada una de las Ciudades-Estado erigía un templo en honor de un dios protector (o de una diosa); Atenas adoraba a Atenea, Éfeso a Artemisa, Eleusis a Deméter, etc. Solamente los ciudadanos disfrutaban del privilegio de penetrar en su interior y participar en los ritos que allí se celebraban. Los actos más importantes de la vida tenían que ser consagrados en ellos.


"En efecto, el temor a la muerte no es otra cosa que creerse sabio sin serlo: presumir saber algo que se desconoce. Pues nadie conoce qué sea la muerte, ni si en definitiva se trata del mayor de los bienes que pueden acaecer a un humano. Por el contrario, los hombres la temen como si en verdad supieran que sea el peor de los males. Y, ¿cómo no va a ser reprensible esta ignorancia por la que uno afirma lo que no sabe? Pero, yo, atenienses, quizá también en este punto me diferencio del resto de los mortales y si me obligaran a decir en qué yo soy más sabio, me atrevería a decir que, en desconociendo lo que en verdad acaece en el Hades, no presumo saberlo. Antes por el contrario, sí que sé, y me atrevo a proclamarlo, que el vivir injustamente y el desobedecer a un ser superior, sea dios o sea hombre, es malo y vergonzoso. Temo, pues, a los males que sé positivamente sean tales, pero las cosas que no sé si son bienes o males, no las temeré, ni rehuiré afrontarlas."

(Apología de Sócrates, Platón).



LA MUERTE DE SÓCRATES (Parte II)

Por Ramón Pérez Poza

Sócrates (m. 399 a. C.), hijo de un escultor y de una comadrona -como ya dijimos-, nació sano y fuerte, y no hay memoria de que padeciese enfermedad alguna en toda su larga vida. Desde pequeño fue un entusiasta de los ejercicios físicos, disfrutando siempre de su buena constitución.
Ya se sabe que Sócrates no escribió nada, pero lo vivió todo, y su pensamiento lo conocemos a través de la obra de su discípulo Platón, del historiador Jenofonte y pocas fuentes más. Al Sócrates ideal que nos transmitió el primero, se contrapone la figura aparentemente realista que nos ofrece el segundo. Éste nos brinda su particular visión de la importante personalidad de Sócrates en una prosa más bien pobre, por medio de dos textos fundamentales: los "Recuerdos de Sócrates" y la "Apología o Defensa ante el jurado", complementados por el llamado "Simposio o Convite"; mientras que Platón en sus fluidos Diálogos poetiza al filosofar, expresándose con frecuencia a través de imágenes (1), analogías, metáforas, correspondencias, alegorías, etc.

"- La demostración, ¡oh Simmias y Cebes! -dijo Sócrates-, queda hecha ya en este momento, si quereis combinar en uno solo este argumento con el que, con anterioridad a éste, admitimos aquel de que todo lo que tiene vida nace de lo que está muerto. En efecto, si el alma existe previamente, y es necesario que, cuando llegue a la vida y nazca, no nazca de otra cosa que de la muerte y del estado de muerte, ¿cómo no va a ser también necesario que exista, una vez que muera, puesto que tiene que nacer de nuevo? Queda demostrado, pues, lo que decís desde este momento incluso. No obstante, me parece que, tanto tú como Simmias, discutiríais con gusto esta cuestión con mayor detenimiento, y que teméis, como los niños, que sea verdad que el viento disipe el alma y la disuelva con su soplo mientras está saliendo del cuerpo, en especial cuando se muere no en un momento de calma, sino en un gran vendaval".

(Fragmento de "FEDÓN o de la inmortalidad del alma", Texto de Platón).


Jenofonte (434? - 355? a. C.) también fue discípulo de Sócrates y, en el texto que sigue, se supone que su propósito fue hacer una defensa de su maestro. Es otra ‘Apología o defensa ante el jurado’, aunque a diferencia de la de Platón no está narrada en primera persona. Se cree que esta obra fue lo primero que escribió Jenofonte sobre Sócrates y que "Recuerdos de Sócrates" fue una ampliación de la misma.

"En cuanto a Sócrates, vale, a mi entender, la pena recordar también qué actitud tomó una vez que fue citado a juicio, así ante su defensa como ante su muerte. Es cierto que sobre esto han dejado escritos también otros, y todos han venido a dar en la arrogancia de su lenguaje, por lo que es sin más evidente que Sócrates habló en realidad en esa guisa; pero una cosa no han dejado suficientemente clara, y es que ya en aquel momento consideraba que para sí la muerte era más deseable que la vida; de modo que, al no tenerlo en cuenta, se aparece como más insensata su arrogancia."

(Apología o defensa ante el jurado, Jenofonte, Traducción de Agustín García Calvo).


"Este modo de comenzar un escrito no es más bien sino una costumbre de estilo, en cierto modo supersticiosa, para conjurar la pretenciosa solemnidad que todo comienzo implica; solemnidad que se anula como impropia para escritos que se presentan como anotaciones informes y ocasionales, dándose así un tono más cotidiano y como indicando que se les considere insertos entre los documentos que en torno a la cuestión se acumulaban."

(Nota del traductor: profesor García Calvo).


Más de una vez me he preguntado con asombro con qué especie de argumentos pudieron convencer a los atenienses los acusadores de Sócrates de que era reo de muerte ante el Estado. Pues el texto de la acusación contra él venía a ser algo como lo siguiente: «Es Sócrates reo del delito de no reconocer los  dioses que el Estado reconoce y de introducir otros genios o espíritus extraños:  y asimismo del delito de corromper a nuestros jóvenes». (2)

(Recuerdos de Sócrates, Jenofonte, Libro Primero, Capítulo I.1, Traducción de Agustín García Calvo).


Notas de Morozevich:

(1) Imagen.- Representación sensible de ideas abstractas o de cualquier otra realidad. En la preceptiva tradicional se aplica el término "imagen poética" al símil y a la metáfora. Hoy su significado abarca un campo más amplio. Es decir, su uso es genérico, sin valor específico o concreto.
Comparación o símil.- Figura que consiste en relacionar dos contenidos semánticos en virtud de alguna semejanza existente entre ellos. A diferencia de la metáfora pura, ambos contenidos se hallan expresos, así como el nexo comparativo. La comparación enriquece el mensaje al hacer cobrar a las palabras nuevos significados y crear asociaciones nuevas. 

"Como perro olvidado que no tiene / huella ni olfato ... como / el niño que en la noche de una fiesta / se pierde entre el gentío ... / Así voy yo, borracho, melancólico" (Antonio Machado).

(2) En palabras de Agustín García Calvo "el texto de la acusación, según el testimonio del filósofo platónico Favorino, que recoge Diógenes Laercio en su libro II, capítulo 40, se conservaba en Atenas en los archivos del templo de Cibeles todavía en el s. II d. C., y la versión que da Diógenes Laercio viene a coincidir con ésta, precediendo un encabezamiento en que se presenta como acusador Meleto".



LA MUERTE DE SÓCRATES ( Parte III )

Por Ramón Pérez Poza

La polis se caracterizaba por la autonomía, por la autosuficiencia económica y por la peculiaridad de su comunidad religiosa. Los viejos cultos familiares principales fueron adoptados por las polis y las leyes de cada ciudad se consideraban emanadas por esa deidad propia. Cada una de las Ciudades-Estado erigía un templo en honor de un dios protector (o de una diosa); Atenas adoraba a Atenea, Éfeso a Artemisa, Eleusis a Deméter, etc. Solamente los ciudadanos disfrutaban del privilegio de penetrar en su interior y participar en los ritos que allí se celebraban. Los actos más importantes de la vida tenían que ser consagrados en ellos.
En Atenas, cualquier ciudadano podía denunciar o ser denunciado ante los tribunales. Sócrates fue víctima de esa ley y las obras citadas en el párrafo anterior (ver Parte II) como el Diálogo mencionado en el siguiente, recogen su juicio, su defensa y posterior condena a muerte por ingestión de cicuta en la misma celda de la prisión.

"Pero aún puedo añadir nuevas razones para convenceros de que la muerte no es una desgracia, sino una ventura: una de dos: o bien la muerte supone ser reducido a la nada, y por ello no es posible ningún tipo de sensación, o de acuerdo con lo que algunos dicen, simplemente se trata de un cambio o mudanza del alma de éste hacia otro lugar. Si la muerte es la extinción de todo deseo y es como una noche de profundo sueño, pero sin ensoñar, ¡maravillosa ganancia sería! Es mi opinión de que si nos obligaran a escoger entre una noche sin sueños pero plácidamente dormida, con otras noches con ensoñaciones o con otros días de su vida, que después de una buena reflexión tuvieran que escoger qué días y noches han sido los más felices, pienso que no sólo cualquier persona normal, sino que incluso el mismísimo rey de Persia, encontraría pocos comparables con la primera. Si la muerte es algo parecido, sostengo que es la mayor de las ganancias, pues toda la serie del tiempo se nos aparece como una sola noche. Pero si la muerte es una simple mudanza de lugar, y si, aún más, es cierto lo que cuentan, que los muertos están todos reunidos, oh jueces, ¿sois capaces de imaginar algún bien mayor?".

(Apología de Sócrates, Platón).


Sócrates afirmaba que es absurdo el temor a la muerte. Y es que, según él, ningún humano sabe con certeza que sucede realmente después de la muerte, con lo que podría tratarse no del peor de los males que nos puedan suceder sino del mayor de los bienes. Es, por tanto, absurdo el temor a la muerte. Y no debemos temer a la muerte ya que es manifiesta nuestra ignorancia sobre lo que sucede después de ella. Es importante hacer notar, que Platón no pone en boca de Sócrates ningún indicio acerca de su creencia en la inmortalidad. Sócrates parece confesar su ignorancia sobre el tema. Con ello, posiblemente, Platón nos quiera hacer resaltar que las ideas sobre la inmortalidad, tal como aparecen, por ejemplo, en el Fedón, son propiamente del mismo Platón y no de Sócrates.

Platón utiliza a Sócrates como protagonista de todas sus escritos, tanto si es para expresar el pensamiento de su maestro como el suyo propio. Esto creó una dificultad a la hora de distinguir las ideas de ambos. En el "Fedón o de la Inmortalidad del Alma" Platón nos comunica su forma de pensar acerca de la muerte y en la "Apología", la de Sócrates. El criterio general que se usa a fin de discernir cuales son las ideas de uno u otro, suele ser la distancia en el tiempo: en los primeros "Diálogos" prevalece, como resulta lógico, la influencia de su maestro y, en los de madurez, tiende a una mayor independencia.

"El criterio por el que se han elegido estos cinco diálogos (1) para formar el presente tomo es el de que sean de los más socráticos entre los platónicos: esto es, que con cierta probabilidad puedan servir para revelarnos, a través de la escritura de Platón, algo de lo que puede ser la actitud ante el mundo y la viva voz de Sócrates."

(Diálogos Socráticos, Platón: prólogo, traducción y notas de Agustín García Calvo, Premio Nacional de Traducción a toda su obra; Biblioteca General Salvat nº. 58, 1.972).

(1) (Se refiere el texto a Apología de Sócrates o defensa ante el jurado, Teages, Los enamorados, Cármides y Clitofonte: nota de Morozevich).



LA MUERTE DE SÓCRATES ( Parte IV)

Por Ramón Pérez Poza

En el año 399 a. C., los últimos acusadores de Sócrates fueron: Anito (o Anitus), retórico, persona popular y poderosa; Melito (o Meleto), orador y poeta bastante obscuro, y Lycon (o Licon), orador político, que dirigió la instrucción del proceso de Sócrates. Éste fue acusado de no creer en la religión del Estado y de corromper a la juventud, enseñándole a no reconocer los dioses de la República.


"SÓCRATES:
No sé, atenienses, la sensación que habéis experimentado por las palabras de mis acusadores. Ciertamente, bajo su efecto, incluso yo mismo he estado a punto de no reconocerme; tan persuasivamente hablaban. Sin embargo, por así decirlo, no han dicho nada verdadero. De las muchas mentiras que han urdido, una me causó especial extrañeza, aquella en la que decían que teníais que precaveros de ser engañados por mí porque, dicen ellos, soy hábil para hablar. En efecto, no sentir vergüenza de que inmediatamente les voy a contradecir con la realidad cuando de ningún modo me muestre hábil para hablar, eso me ha parecido en ellos lo más falto de vergüenza, si no es que acaso éstos llaman hábil para hablar al que dice la verdad. Pues, si es eso lo que dicen, yo estaría de acuerdo en que soy orador, pero no al modo de ellos."

(Apología de Sócrates, Platón; Biblioteca Virtual, educar.org).


Sócrates confiesa que casi no se reconoce en el retrato que de él han dibujado sus acusadores ...

" No sé, atenienses, no sé la impresión que habrá producido en vuestro ánimo la palabra de mis acusadores. De mí os diré que oyéndolos casi me parecía que yo no era el mismo; tal ha sido su modo de persuadir. Y, Sin embargo, hablando francamente, ni una palabra han dicho que sea verdadera. Pero de todas sus mentiras la que más me ha sorprendido es cuando han dicho que hay que precaverse mucho para no dejarse engañar por mi elocuencia. No han temido la vergüenza del mentís que les voy a dar ahora mismo haciendo ver que de ninguna manera soy elocuente; y esto es el colmo de la inverecundia. A no ser que ellos llamen elocuencia al decir la verdad, porque entonces, bien confieso que soy orador; mas por lo mismo, no a su manera: que ellos, lo repito, no han dicho palabra de verdad, mientras que de mí habréis de oir la verdad pura."

(Apología de Sócrates, Platón; Espasa Calpe S.A., Colección Austral nº. 639, Octava Edición , 6-IV-1.971).

En las tres versiones se puede comprobar como intentan convencer a los jueces de que Sócrates es un sofista, capaz de hacer buenas las peores causas.

" Cuál sea la impresión que en vosotros, ciudadanos atenienses, han dejado mis acusadores, no lo sé; mas de mí sé deciros que, en efecto, casi han llegado a hacer que me olvidara de mí mismo: tan convincentemente hablaban. Y ello es, sin embargo, que, lo que es de verdad, nada hay, sobre poco más o menos, en todo lo que han dicho. Pero una cosa me ha asombrado sobre todas entre las muchas falsedades que han contado: aquella parte en que decían que teníais que estar precavidos a no dejaros engañar por mí, como persona que era de habilidad temible en el hablar; porque eso de que no les diera vergüenza que al momento fuera yo a refutarlos con los hechos, en cuanto se viera que no tengo habilidad en hablar de ninguna especie, es cosa que me pareció en ellos el colmo de la desvergüenza; como no sea que hábil en el hablar llamen ellos al que dice la verdad; que, desde luego, si eso es lo que quieren decir, bien habré yo de reconocer que soy, y no a la manera de ellos, un orador de veras. Ellos pues, si vale lo que yo digo, o poco o nada de verdad queda de lo que han dicho; de mi boca, en cambio, vais a oir vosotros toda la verdad, [...]

(Diálogos Socráticos, Platón: prólogo, traducción y notas de Agustín García Calvo, Premio Nacional de Traducción a toda su obra; Biblioteca General Salvat nº. 58, 1.972).

Esta última traducción pretende navegar en equilibrio entre el castellano coloquial y la sintaxis semigriega, a fin de evitar un discurso disonante.



LA MUERTE DE SÓCRATES (Parte V)

Por Ramón Pérez Poza

Cada vez que ponemos algo en práctica comprobamos la falsedad de nuestra verdad. "Solo sé que no sé nada", decía el valiente filósofo Sócrates (469-399 a. C.) que sentíase superior al resto de los mortales porque sabía que no sabía.

La filosofía surgió en Grecia a comienzos del siglo VI a. de C.; y como el resto de las culturas antiguas se asentó en el mito, transmitido por los poetas, especialmente Homero. La Ilíada y la Odisea son epopeyas heroicas; celebran las hazañas de una generación ya desaparecida de hombres con cualidades excepcionales que era capaz de realizar cosas imposibles; sus valores corresponden a una edad que todo lo juzga a la medida del héroe; los poemas son un eco de hechos ocurridos realmente -aunque deformados- que conmovieron el pasado del pueblo griego, compuestos como un segundo acto que siguió a la guerra; cuando los conquistadores iban instalándose en sus nuevos dominios, los aedos o rapsodas entretenían a sus amos recitando proezas de sus antepasados.

"¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan?. El hijo de Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres perecían por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Éste, deseando redimir a su hija, se había presentado en las veleras naves aqueas (1) con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo (2), el que hiere de lejos, que pendían del áureo cetro, en la mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas (3), caudillos de pueblos, así les suplicaba:

- ¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo (4) y regresar felizmente a la patria. Poned en libertad a mi hija, y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus (5), a Apolo, el que hiere de lejos.".

(Homero, Ilíada 1, 8-21).


La idea de la esfericidad de la tierra aparece en Grecia en el siglo V a J.C. con los pítagóricos y comienza a desarrollarse la cartografía mediante una metodología racional.

Al principio la polis asimiló la forma de gobierno monárquica, cuyo soberano tiene un poder limitado que ha recibido de Zeus.

Demócrito había nacido en la ciudad de Abdera alrededor del 470 a. C. (Un año antes que Sócrates, aunque hay quien sostiene que nacieron el mismo).
Abdera había sido fundada sesenta años (529 a. C.) antes por refugiados jonios que huían de Ciro II (fundador del Imperio persa), de manera que Demócrito puede ser considerado un jonio.
Llamó "átomos" a las particulas últimas de Leucipo, su maestro. Sus ideas sobre los átomos eran bastante similares, en muchos aspectos, a las creencias modernas sobre el tema, pero no obtuvieron general aceptación entre los filósofos griegos, ni durante varios siglos después.

Cimón, hijo de Milcíades prosigue la guerra con los persas. En 465 a. C. se produce una doble victoria de Cimón a orillas del Eurimedonte (sur de Anatolia) sobre la escuadra y el ejército persas. Pero en el interior, la oposición a Cimón estaba creciendo. A los demócratas les disgustaban las tendencias aristocráticas y filoespartanas de Cimón, y hallaron un líder en Efialtes. Pero, de momento, la gran popularidad de Cimón no le permitía gran capacidad de maniobra.
Llegó el año 464 a. C. (Sócrates era un niño de 5 años) y el terrible desastre del terremoto y la revuelta de los ilotas, que puso temporalmente en aprietos a Esparta. Esto brindó ocasión para una nueva disputa entre Cimón y Efialtes.
Predominaron los argumentos de Cimón y su popularidad. En 462 a. C. (Sócrates tenía 7 años) fue enviado un ejército ateniense a ayudar a los espartanos a batir a los pobres ilotas (siervos del Estado a disposición de los particulares para trabajar la tierra), que luchaban contra la más brutal esclavitud que había en Grecia. Quizá los soldados atenienses no se sintiesen a gusto en aquella tarea; pero fueron los mismos espartanos quienes destruyeron a Cimón, su mejor aliado en Atenas, revocando la ayuda solicitada.

Es posible que Sócrates recibiese enseñanzas de los sofistas en las plazas atenienses, en una época marcada por la guerra del Peloponeso (primera fase: 431 - 421; segunda: 413 - 403) y la dictadura de los Treinta Tiranos (404).


NOTAS de Morozevich:

(1) Cuenta la leyenda que la historia de los aqueos empezó cuando Zeus, dios de dioses, nombró su primer rey nada menos que a su hijo Tántalo. Como éste resultó un elemento de cuidado, se aprovechó de ser hijo de papá para divulgar los secretos divinos y hurtar el néctar y la famosa ambrosía a sus congéneres, dejándoles vacías las despensas. Ante el temor de que la divina familia le arrancase la piel, intentó calmarlos ofreciéndoles a Pélope -su descendiente- en sacrificio, después de haberlo convertido en rodajas y hervido al vapor. Pero al abuelito Zeus no le gustaron los estragos de su nieto y procedió a recomponerlo, enviando al parricida a veranear al Tártaro.

(2) Miles de griegos peregrinaron a la ciudad de Delfos con una consulta para el dios Apolo. El oráculo de Delfos (Grecia) fue el más prestigioso de la antiguedad. El santuario se convirtió en un centro de información, donde se tomaron decisiones importantes.
Las divinidades griegas participaban de manera activa en la vida cotidiana de los hombres, y la memoria de sus actuaciones quedó registrada en los mitos.
Apolo fue el dios de la profecía, la agricultura, la vegetación y la música.

(3) De Atreo -descendiente de Pélope e Hipodamia- del cual después la dinastía tomó el nombre definitivo: átrida.
Pélope, que estuvo a punto de convertirse en fiambre cocido (nota 1) per secula seculorum, heredó de su ejemplar padre, Tántalo (condenado a babear de hambre y de sed ante inalcanzables fuentes de mantequilla y copas de vino), el trono de Frigia, pero fue depuesto y exiliado a Elida (Peloponeso) por sus queridos súbditos, donde reinaba Enómaos, más aficionado que Fernando Sabater a las carreras de caballos. Solía, dicho monarca, retar a los pretendientes de su hija Hipodamia a una carrera, como premio la mano (y el resto del cuerpo también) de su heredera y al perdedor, la muerte.
Ya que de casta le viene al galgo, era de esperar alguna trampita por parte de Pélope a su desafiante rey que se consideraba invencible; proponiéndole al caballerizo de éste último, Mirtilo, el trono a medias, si encontraba el modo de vencerle. Mirtilo, deseoso de que se lo pidiesen, efectuó una chapucilla en una rueda del carro de Enómaos, quien se desnucó a la primera de cambio y pasó a mejor vida. Pélope tambien: se desposó con Hipodamia -tras darle una patada en el trasero a Mirtilo que se ahogó en el.mar- y tuvieron "atreítos" mucho antes del final.

(4) Rey de Troya.

(5) Dios, hijo de Cronos y de Rea. Según la Teogonía de Hesíodo (alrededor del siglo VIII a.C.), Gea y Urano habían vaticinado que Cronos sería derrocado por uno de sus propios hijos, y así el titán intentó evitar su destino devorando a su descendencia. El más joven de sus hijos, Zeus, se salvó gracias a que Rea entregó a Cronos una piedra envuelta en pañales que éste se tragó sin sospechar el engaño. Cuando Zeus se hizo mayor se enfrentó a su padre Cronos y lo venció.

Queda, pues, fijada, en los prolegómenos, en el mito y en la historia, la vida de Sócrates.



LA MUERTE DE SÓCRATES (Parte VI)

Por Ramón Pérez Poza

Platón (427-347 a. C.) nació en la alta nobleza de Atenas, algunos meses después de la muerte de Pericles. A los 18 años conoció a Sócrates, del cual fue discípulo, siguiendo sus lecciones de filosofía. También se interesó por la vida cotidiana, igual que el maestro. Tras el fallecimiento de éste, Platón se retiró a casa de Euclides, en Megara. Puso el punto de mira en el Estado y en el hombre auténticos. Luego viajó por Sicilia y la Magna Grecia, regresando a Atenas en el año 396 a. C., dedicando el resto de su existencia a la enseñanza y el diálogo en los jardines de Academo. Dio preferencia al aspecto especulativo de la doctrina socrática, desarrollando la célebre teoría de las ideas (kosmos noetos), que no puede ser sintetizada en pocas palabras.
Casi todos los poetas han leído a Platón, que expuso su asequible pensamiento de forma diáfana en inmortales diálogos, los cuales poseen un mérito incomparable por su lógica rigurosa y su belleza de estilo. Los valores son algo absoluto, inmutable , intangible y eterno; son independientes de la voluntad del hombre, de las intenciones e inclinaciones subjetivas, de las necesidades y deseos; porque su punto de partida es la Idea, primer principio de las cosas.

Platón, en boca de Aristófanes (1), nos cuenta el mito que explica el origen de la homosexualidad y de la heterosexualidad.

"La naturaleza humana era antes muy diferente de como es hoy día. Al principio hubo tres clases de hombres: los dos sexos que subsisten hoy día y un tercero compuesto de estos dos y que ha sido destruido y del cual sólo queda el nombre. Este animal formaba una especie particular, que se llamaba andrógina porque reunía el sexo masculino y el femenino, pero ya no existe y su nombre es un oprobio. En segundo lugar, tenían todos los hombres la forma redonda, de manera que el pecho y la espalda eran como una esfera y las costillas circulares, cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras fijas a un cuello orbicular y perfectamente parecidas; una sola cabeza reunía estas dos caras, opuestas la una a la otra; cuatro orejas, dos órganos genitales y el resto de la misma proporción. Marchaban erguidos como nosotros y sin tener necesidad de volverse para tomar todos los caminos que querían. Cuando querían ir más de prisa se apoyaban sucesivamente sobre sus ocho miembros y avanzaban rápidamente por un movimiento circular, como los que con los pies en el aire hacen la rueda. La diferencia que se encuentra entre estas tres especies de hombres procede de la diferencia de sus principios: el sexo masculino está producido por el Sol, el femenino por la Tierra y el compuesto de los otros dos, por la Luna, que participa de la Tierra y del Sol. Tenían de estos principios su forma, que es esférica, y su manera de moverse. Sus cuerpos eran robustos y vigorosos y sus ánimos esforzados, lo que les inspiró la osadía de subir hasta el cielo y combatir contra los dioses, como Homero lo ha escrito de Efialtes y de Otus (2). Zeus (3) examinó con los dioses el partido que se debería adoptar.
La cuestión presentaba dificultades porque los dioses no querían aniquilarlos como con los gigantes fulminando rayos contra ellos, pero, por otra parte, no podían dejar sin castigo su atrevida insolencia. Por fin, después de largas reflexiones, y de tener en cuenta que si los hombres desaparecieran, desaparecerían también el culto y los sacrificios que aquéllos les tributaban, se expresó Zeus en estos términos: creo haber encontrado un medio de conservar a los hombres y de tenerlos más reprimidos, y es disminuir sus fuerzas. Los separaré en dos y así los debilitaré y al mismo tiempo tendremos la ventaja de aumentar el número de los que nos sirvan: andarán derechos, sostenidos solamente por dos piernas, y si después de este castigo conservan su impía audacia y no quieren estar tranquilos, los separaré de nuevo y se verán obligados a andar sobre un pie solo, como los que en las fiestas en honor de Baco bailan sobre un pellejo de vino."

(Platón, Diálogos, "El banquete, o del amor", Decimosexta edición, Colección Austral, Espasa - Calpe Argentina S.A., Buenos Aires 22-IV-1.970).


Nos dijo Platón, en su diálogo titulado "El banquete o del amor" -obra escrita en su período de madurez (385-370 a. C.)- que en tiempos primitivos la humanidad estuvo compuesta por tres sexos: el masculino (todo hombres), el femenino (todo mujeres) y el tercero, al cual denominó andrógino (hombre y mujer), especie inferior a las dos primeras. Estos seres humanos eran dobles y esféricos: tenían cuatro brazos, cuatro piernas, dos rostros idénticos en una misma cabeza y, en el caso de los andróginos, los órganos viriles y femeninos de la reproducción; dos hombres, dos mujeres, un hombre y una mujer, unidos por la piel ventral.

Aristófanes continuó:

"Después de esta declaración hizo el dios la separación que acababa de resolver, cortó a los hombres en dos mitades, lo mismo que hacen los hombres con la fruta cuando la quieren conservar en almíbar o cuando quieren salar los huevos cortándolos con una crin, partiéndolos en dos partes iguales. A continuación ordenó a Apolo que curara las heridas y que colocara la cara y la mitad del cuello en el lado por donde se había hecho la separación, a fin de que la vista del castigo los volviera más modestos. Apolo les puso la cara del modo indicado y recogiendo la piel cortada sobre lo que hoy se llama el vientre, la reunió a la manera de una bolsa que se cierra dejando una abertura en medio, que es lo que llamamos ombligo. Pulió los demás pliegues, que eran numerosos, y arregló el pecho dándole forma con un instrumento parecido al que emplean los zapateros para pulir el cuero sobre la horma y dejó solamente algunos pliegues sobre el vientre y el ombligo, como recuerdo del castigo anterior. Una vez hecha esta división, cada mitad trató de encontrar aquella de la que había sido separada y cuando se encontraban se abrazaban y unían con tal ardor en su deseo de volver a la primitiva unidad, que perecían de hambre y de inanición en aquel abrazo, no queriendo hacer nada la una sin la otra. Cuando una de estas mitades perecía, la que la sobrevivía buscaba otra a la que de nuevo se unía, fuera ésta la mitad de una mujer entera, lo que hoy llamamos una mujer, o un hombre, y así iba extinguiédose la raza. Movido Zeus a compasión, imagina un nuevo expediente: pone delante los órganos de la generación, que antes estaban detrás; se concebía y vertía la semilla, no el uno en el otro, sino sobre la tierra como las cigarras. Zeus puso delante aquellos órganos y de esta manera se verificó la concepción por la conjunción del varón con la hembra.

Entonces si la unión se verificaba entre el hombre y la mujer, eran los hijos el fruto de ella, pero si el varón se unía al varón, la saciedad los
separaba muy pronto y volvían a sus trabajos y otros cuidados de la vida. De ahí procede el amor que naturalmente sentimos los unos por los otros, que nos vuelve a nuestra primitiva naturaleza y hace todo para reunir las dos mitades y restablecernos en nuestra antigua perfección. Cada uno de nosotros no es por lo tanto más que una mitad de hombre que ha sido separado de un todo de la misma manera que se parte en dos a un lenguado. Estas dos mitades se buscan siempre.

Los hombres que proceden de la separación de aquellos seres compuestos que se llamaban andróginos aman a las mujeres y la mayor parte de los adúlteros pertenece a esta especie, de la que también forman parte las mujeres que aman a los hombres y violan las leyes del himeneo. Pero las mujeres que provienen de la separación de las mujeres primitivas no prestan gran atención a los hombres y más bien se interesan por las mujeres; a esta especie pertenecen las tribadas (4). Los hombres procedentes de la separación de los hombres primitivos, buscan de igual manera el sexo masculino."

(Platón, Diálogos, "El banquete, o del amor", Decimosexta edición, Colección Austral, Espasa - Calpe Argentina S.A., Buenos Aires 22-IV-1.970).


Esta raza de humanos duplicados era, además, tan fuerte y orgullosa, osada y atrevida, que trató de escalar el cielo para luchar contra los dioses; en vista de ello, Zeus, sin querer destruirla, decidió castigarla disminuyendo su fuerza al dividirlos mediante un corte vertical. Apolo -por orden del padre de los dioses- se encargó de suturar las heridas: arregló el pecho y el vientre y volteó sus caras hacia el lado de la separación, con el objetivo de que tuviesen ante sus ojos el ombligo, recuerdo de su aventura frustrada; los órganos de la generación quedaron al final de la espalda, así que cuando las mitades, arrastradas por la pasión del amor, se aproximaban la una a la otra, no podían engendrar y la especie extinguíase. Hubo de intervenir Zeus para poner delante aquellos miembros e hizo factible la reproducción. Desde entonces la generación se produjo por la unión de varón y hembra, y la saciedad desquició a los seres del mismo sexo; sin embargo, guardaron en la memoria el amor que sentían el uno por el otro en su antiguo estado.
La humanidad actual procede, pues, de una mutilación de la primigenia y, por tanto, de eso se deriva que nosotros andemos hoy buscando la media naranja complementaria: los hombres nacidos de los dobles hombres se sienten atraídos entre sí, igual que las mujeres nacidas de las mujeres dobles; no obstante, los hombres nacidos de los andróginos aman a las mujeres y viceversa.


Notas de Morozevich:

(1) Aristófanes posee la elocuencia propia del escritor de comedias.
(2) Odisea, lib. XI. v. 807 .
(3) Júpiter en el texto traducido.
(4) O tríbadas. Del griego tribo, frotar. Luciano, el poeta griego de la época romana, las calificó de lesbianas por vez primera. En español, tribo- es un prefijo que expresa la idea de frote o rozamiento.






LA MUERTE DE SÓCRATES (Parte VII)


Por Ramón Pérez Poza

La denuncia contra Sócrates se produce en un momento en el cual hay formado un grupo de opinión en su contra, producto de haber expandido entre los más jóvenes -durante un largo periodo de tiempo- comentarios adversos, calumnias y difamaciones sobre la personalidad de Sócrates. En medio de este caldo bien hervido se levanta un poeta cómico, de nombre Aristófanes, quien también antaño, se dedicó a ridiculizar al maestro en la comedia "Las nubes".
Una vez más, incluyo tres traducciones distintas para que no quede duda alguna en cuanto al testimonio de Platón, autor de una "Apología o defensa ante el jurado"; la otra, menos importante es obra de Jenofonte, como ya hemos comentado en anterior capítulo.



- Fragmento de Apología -

"Sócrates:
Pues bien, primeramente, estaré en lo justo defendiéndome, atenienses, de las primeras acusaciones falsas hechas contra mí y de los primeros acusadores; luego, de las últimas y de los últimos. Porque contra mí hay muchos acusadores ante vosotros, desde hace ya muchos años y que no dicen una verdad; a los cuales temo más ( ... ) Pero de más peligro son aquellos, atenienses, que sorprendiendo a la mayoría de vosotros desde niños, trataban de convenceros y me acusaban de puras falsedades, como que hay un tal Sócrates, sabio que se dedica a estudiar las cosas celestes y a escudriñar todas las subterráneas, y hacer buena la peor causa. Éstos, atenienses, los que han esparcido estos rumores, son entre mis acusadores los de peligro, pues los que los oyen piensan que quienes se dedican a averiguar estas cosas no creen en los dioses. En segundo lugar, estos acusadores son muchos y llevan mucho tiempo ya acusando, y además se han dirigido a vosotros en esa edad en que con más facilidad podíais convenceros, siendo niños algunos de vosotros y muchachos, al acusar en causa abandonada absolutamente, por no defenderla nadie. Pero lo más desconcertante de todo es que no es posible saber ni decir sus nombres, excepto el de uno que resulta ser autor de comedias (1). Cuantos por la envidia y sirviéndose de la calumnia han logrado convenceros, y los que después de convencidos ellos mismos han procurado convencer a los demás, éstos son los más difíciles de todos; porque no es posible hacer comparecer aquí ni refutar a ninguno de ellos, sino que es fuerza absolutamente que me defienda como luchando contra sombras y argumentando sin que nadie responda.
Dignaos admitir, pues, también vosotros, que dobles son, repito, mis acusadores, los unos los que me han acusado ahora, los otros los antiguos que digo. Y conceded que es menester que me defienda primero de éstos, ya que también vosotros habéis oído a estos acusadores antes y mucho más que a los últimos".

(Apología. Primera Parte, 17 a/ 35 d. [148]: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: cervantesvirtual.com)

"En primer término será justo, atenienses, que responda a las primeras acusaciones falsas de que he sido objeto, y a mis primeros acusadores; después a las acusaciones recientes y a los acusadores que acaban de alzarse en mi contra. Porque muchos son los acusadores que tengo ante vosotros, hace de esto largos años, y que no han dicho nada que no sea falsedad. Más temo a estos antiguos acusadores (...) Ellos son, atenienses, los que apoderándose de la mayor parte de vosotros desde la niñez han cautivado vuestra confianza, y héchoos creer que hay un tal Sócrates, hombre sabio, curioso de conocer los meteoros, que
escudriña lo que pasa bajo tierra y que de una mala hace una buena causa. Ellos son, atenienses, los que difundiendo estos rumores calumniosos, han llegado a ser mis terribles adversarios: porque los que los oyen se persuaden de que los hombres ocupados en estas investigaciones no creen que haya dioses. Esos acusadores que digo, son muy numerosos y hace tiempo que buscan mi perdición. Ved la maña que se dan: han elegido la edad en que se es más crédulo para infundiros sus prevenciones contra mí; porque entonces los más de vosotros erais niños o muy mozos, y me acusaban a mansalva sin emplazarme, sin que se oyese mi defensa. Y lo más extraño de mi situación es que no se puede saber ni decir el nombre de ninguno de ellos, fuera de uno que hace comedias (1). Todos aquellos que, excitados por la envidia y valiéndose de la calumnia, os han persuadido, y aquellos los que, persuadidos ya, persuadieron luego a los demás, son los más difíciles de asir: pues no me es posible hacerlos comparecer ni rebatir aquí a ninguno sino que tengo que combatir con sombras, a la ventura; tengo que refutar y confundir a gentes que no responden. Estad, pues, bien ciertos que como digo, hay dos clases de acusadores, unos que se han manifestado recientemente, y los otros que me atacan hace mucho tiempo, y tales como acabo de deciros. Tened también en cuenta que debo empezar a responder a los más viejos; pues a ellos es a quienes habéis oído los primeros, y muy más a menudo que los últimos."

(Platón, Apología de Socrates, Octava edición, Colección Austral nº. 639, Espasa - Calpe, Madrid 6-IV-1.971).


"Lo primero pues, justo es que me defienda en primer lugar, ciudadanos de Atenas, frente a las primeras acusaciones falsas que sobre mí pesan y frente a mis primeros acusadores, y sólo después frente a las que han surgido después y a los posteriores. Pues cargado estoy de muchos que son mis acusadores ante vosotros, y eso ya de muchos años atrás, y hablando sin decir verdad ninguna; a los cuales temo yo más ( ... ) aquéllos, ciudadanos, que tomándoos a los más de vosotros ya desde niños por su cuenta, os iban convenciendo y acusándome a mí más a su sabor, sin verdad ninguna, con aquello de que "Hay un cierto Sócrates, un intelectual, meditador de los fenómenos celestiales, y que lo de debajo de la tierra lo tiene todo
investigado, y que salva causas perdidas y hace ver lo blanco negro". Esos son, ciudadanos de Atenas, con esa fama que por ahí han esparcido, los acusadores míos que son de temer de veras: pues los que les oyen están bien persuadidos de que aquellos que tales cosas investigan tampoco creen que haya dioses. Y luego, que esos acusadores son muy numerosos y que llevan mucho tiempo ya acusando, y más aún que se dirigían a vosotros cuando estabais en la edad en la que más podíais hacerles caso, niños que erais algunos de vosotros y muchachos, y en una palabra, presentando una acusación a parte ausente, sin que hubiera nadie en la defensa; y lo más desconcertante de todo, que sus nombre no es posible saberlos ni citarlos, salvo que si hay uno que es autor de comedias (1), mas todos aquéllos que, moviéndose por envidia y con calumnias, os iban convenciendo (y los que ya convencidos ellos, a otros convencían), ésos son todos de lo más difícil de agarrar: pues ni aún se puede hacer subir al estrado a ninguno de ellos ni aun someterlo a interrogatorio, sino que se ve uno obligado sencillamente a lidiar con sombras al defenderse y a ir refutando las acusaciones sin que nadie le responda a uno. Tened pues a bien admitir también vosotros, tal como yo digo, que son dos las clases de acusadores con que me encuentro, unos los que ahora me han acusado, pero otros los de antiguo, de los que os estoy hablando, y así aceptad la idea de que tenga lo primero que defenderme frente a éstos; pues también vosotros les habéis oído a éstos acusarme antes y mucho más de largo que a estos otros posteriores."




(Diálogos Socráticos, Platón: prólogo, traducción y notas de Agustín García Calvo, Premio Nacional de Traducción a toda su obra en 2.006; Biblioteca General Salvat nº. 58, 1.972).


 La Apología de Sócrates, escrita entre 393 y 389 a. C., es un diálogo de Platón que da una versión de la defensa de su maestro quien, tras ser acusado de corromper a los jóvenes y de impiedad hacia los dioses, expone simplemente su inocencia, sin recurrir a conmover a los jueces para que por compasión lo absolviesen. La apología recoge un discurso altivo, con mayor entereza incluso cuando la pena de muerte pende sobre su cabeza. La palabra apología tiene el sentido original de defensa formal de las opiniones propias; procede del griego con el significado, adermás, de "justificación" y "elogio". El texto pertenece a las obras de Platón correspondientes al período de juventud, las más sócráticas si consideramos que aún está bajo clara influencia de su maestro.
Sócrates empieza dirigiéndose a la asamblea de atenienses estableciendo el guión que seguirá en su intervención.



Notas de Morozevich:

(1) Aristófanes describe un personaje diferente al de Platón: satirizó en "Las nubes", una comedia temprana dentro de la obra del poeta cómico ateniense, a Sócrates. La obra trata de un padre y su hijo, fanático de los caballos, que provoca el endeudamiento del progenitor. Éste intenta enviar a su descendiente al "Pensadero" de Sócrates. Pero el chico se le rebota y acaba yendo él mismo. Allí, Estrepsíades -el padre- conocerá al maestro, que está en un cesto colgado mirando al cielo, porque así entra en contacto con "Las Nubes", auténticas diosas que le orientan, pues Zeus no existe. Estrepsíades resulta duro de mollera y no da aprendido los argumentos que le explican y las propias Nubes, representadas por la voz del coro, le aconsejan que le sustituya su hijo, Fidípides y cuando éste, ya ilustrado acerca de lo justo y lo injusto, sale de la escuela socrática, le pega a su padre una paliza, justificando el hecho como la manera de pagar a su progenitor la deuda contraída de niño al pegarle su padre a él: "hay que devolver todo lo que se ha recibido".
En resumen, es una comedia grotesca y despiadada contra Sócrates.
(Continuará)